Mitología griega. EL ORIGEN DEL MUNDO III



LA GUERRA DE LOS DIOSES

En lo alto del cielo se encuentran los dioses Titanes, llamados Uránidas, hijos de Urano, varones y niñas. Los encabeza el menor, el más joven de los dioses, artero, ruin y cruel. Es Cronos, el que enfrentó a su padre, lo lastimó y liberó el universo, creó el espacio, dio nacimiento a un mundo diferenciado, organizado.
Junto a Cronos (el rey), se encuentran los Titanes.
¿Y los Cíclopes y Hecatonquiros? ¿Cuál es su suerte? Todo permite suponer que el celoso y artero Cronos, temeroso de que estén tramando un ataque a traición, encadena a los Cíclopes y a los Hecatonquiros y los arroja al mundo infernal. En cambio, sus hermanos y hermanas Titanes se unen a él. En especial hay una llamada Rea, que aparece como una suerte de doble de Gea.

En la barriga paterna

Cronos se une a Rea y tiene hijos que a su vez tendrán otros hijos. Éstos conformarán una nueva generación de divinidades, la segunda de dioses individualizados, con sus nombres, relaciones y sectores de influencia. Pero el desconfiado y celoso Cronos, ávido de poder, recela a sus hijos. Sabe, gracias a la advertencia de su madre Gea, que alguno de ellos lo destronará. Por ello, cada vez que tiene uno, lo devora, lo encierra en su vientre. Es así como los hijos de Cronos y Rea están encerrados en la barriga paterna.

Un día, Rea decide poner fin a esa actitud escandalosa de Cronos con sus propias armas. Cuando el último de sus hijos – Zeus- , el varón más joven está a punto de nacer, Rea va a Creta, donde da a luz clandestinamente. Confía el bebé al cuidado de otros seres divinos, las Náyades, que lo criarán en el interior de una gruta para que Cronos no sospeche nada ni escuche el llanto del recién nacido. Cronos no sospecha. Pero, como sabía que Rea estaba encinta, espera ver al pequeño que ella a dado a luz y que debe presentarle. ¿Qué le entrega a ella? Una piedra. Una piedra envuelta en los pañales del niño. De un solo golpe, Cronos devora la piedra envuelta en pañales. Por consiguiente, toda la prole de Rea y Cronos está en el vientre del padre, y encima de todo hay una piedra.

Mientras tanto, en Creta, Zeus crece y se hace fuerte. Cuando llega a la madurez, se le ocurre que Cronos debe pagar sus culpas para con sus hijos. ¿Cómo enfrentarlo? A través de la astucia, a la que los griegos llaman metis. El ardid de Zeus consiste en hacer que Cronos tome un vomitivo (phármakon). Rea se lo ofrece. Apenas lo traga, Cronos vomita la piedra, luego a Hestia y a continuación a todos los dioses y diosas que había devorado.
Después de la piedra, sale en primer lugar la más joven y al final el más anciano.


Un alimento de inmortalidad

He aquí un conjunto de dioses y diosas que se unen a Zeus. Comienza entonces lo que se puede denominar la “guerra de los dioses”, esto es, su enfrentamiento en un combate prolongado de desenlace indefinido, que dura muchísimo tiempo.

En torno de Cronos se reúnen los dioses Titanes, frente a ellos, en torno a Zeus, se agrupan los llamados Crónidas u Olímpicos.

En la batalla abundan los artificios. El papel determinante en esta batalla indefinida no pertenece a la violencia ni menos aún a la mayor fuerza sino a la astucia y a las artimañas. Es por eso que un personaje al que llaman Titán, aunque pertenece a la segunda generación – es Prometeo, el hijo del Titán Jápeto, deberá pasar al bando de Zeus para dar al joven dios precisamente lo que le falta: la astucia.

Gea explica a Zeus que para triunfar debe reunir a esos seres emparentados con los Titanes pero que no están en su bando: se refiere a los tres Cíclopes y a los tres Hecatonquiros. Porque los Titanes son divinidades primordiales que poseen la brutalidad de las fuerzas naturales; para vencer y someter a las potencias del desorden, seres puramente racionales y metódicos no lo lograrían. Zeus necesita contar en su campo con personajes que encarnan la brutalidad violenta y el desorden apasionado que representan los Titanes.

Entonces Zeus libera a los Cíclopes y a los Hecatonquiros que están dispuestos a brindarle su fuerza. Para asegurarse su lealtad Zeus debe comprometerse a concederles el néctar y la ambrosía, alimentos de inmortalidad, si combaten a su lado.

Los Cíclopes le ofrecen al joven dios un arma invencible: el rayo. Éste, en la mano del dios, es un condensado de luz y fuego increíblemente poderoso y ágil. Se comprende que los Cíclopes tengan un solo ojo: en sí mismo es como el fuego. La mirada de estos seres es como la luz que brota del ojo. Pero lo que sale del ojo de Zeus es la del rayo. Cada vez que se vea en peligro, fulminará a sus enemigos. Por un lado están los Cíclopes con su ojo; por el otro los Hecatonquiros que tienen cien manos: son el puño, la fuerza.

Esta batalla conoce un punto culminante. En lo más intenso de la lucha entre las potencias divinas, el mundo vuelve a un estado caótico. Los Titanes caen al suelo. Zeus los derriba con los azotes de su rayo y bajo el puño de los Hecatonquiros. Los Cien Brazos los vences y arrojan al mundo subterráneo. No se los puede matar porque son inmortales. Pero se los arroja al Tártaro sombrío. Para que no puedan volver a la superficie, Poseidón construye una muralla triple de bronce y coloca a los Cien Brazos como custodios, para que no puedan escapar del Tártaro.

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